Después de un tiempo prolongado en el que el Universo Cinematográfico de Marvel pareció tambalearse entre narrativas dispersas, estrenos desiguales y una pérdida de rumbo generalizada, Thunderbolts llega como una propuesta que, sin reinventar la fórmula, logra revitalizar algunos de los elementos que hicieron grande a esta franquicia. En un tono más contenido, con una narrativa centrada en la construcción de vínculos y el trauma compartido de sus personajes, esta nueva entrega se presenta como una de las más disfrutables de la era post-Endgame. No es perfecta, pero sí lo suficientemente sólida como para reconciliar a más de un fan desencantado.
Desde su anuncio, Thunderbolts despertó tanto expectativa como escepticismo. Armar un equipo con personajes secundarios o villanos reformados parecía un movimiento arriesgado. Sin embargo, la película logra lo que Suicide Squad intentó en dos ocasiones desde DC: dotar de carisma, profundidad y cohesión a un grupo de inadaptados que, aunque no buscan salvar al mundo por convicción moral, terminan haciéndolo por necesidad y por redención. Es en este punto donde la película encuentra su corazón y marca su diferencia.
Florence Pugh se adueña de la pantalla como Yelena Belova, consolidándose definitivamente como una de las mejores adquisiciones del MCU en los últimos años. Su interpretación tiene el equilibrio justo entre vulnerabilidad, cinismo y carisma. David Harbour, por su parte, entrega una versión más matizada de Red Guardian, que se aleja del alivio cómico plano de Black Widow y se convierte aquí en una figura paternal quebrada, pero entrañable. Sebastian Stan retoma su papel como Bucky Barnes con oficio, aportando el estoicismo habitual, aunque sin muchas novedades narrativas para su personaje.
Wyatt Russell como John Walker/US Agent sigue siendo una presencia incómoda e intrigante. La película no lo redime completamente (ni lo intenta), pero sí lo utiliza de manera inteligente para tensar la dinámica del grupo. La incorporación de personajes como Ghost (Hannah John-Kamen) y Taskmaster (Olga Kurylenko) aporta variedad, aunque sus arcos son los menos desarrollados, y ahí radica uno de los problemas centrales del film: en un elenco coral como este, siempre hay figuras que quedan a medio camino.
A nivel tonal, Thunderbolts acierta al adoptar un enfoque más sobrio. El humor, presente pero no invasivo, se siente más natural que en muchas otras entregas recientes de Marvel. La acción, sin ser revolucionaria, es clara, física y bien coreografiada. Las secuencias no dependen de un exceso de CGI ni de batallas galácticas: todo ocurre en una escala más íntima, lo cual se agradece. En un MCU acostumbrado al espectáculo desmesurado, esta vuelta al enfoque táctico recuerda a las mejores partes de The Winter Soldier y Civil War.
El guion, si bien sigue ciertos esquemas previsibles, se permite momentos de pausa emocional que dotan de humanidad al relato. Hay diálogos que profundizan en la psicología de estos personajes rotos, todos marcados por su paso por programas gubernamentales, fracasos personales y traiciones institucionales. En ese sentido, Thunderbolts funciona también como una crítica velada a las consecuencias del militarismo y la manipulación estatal, temas que el MCU suele tocar tangencialmente, pero que aquí cobran un peso más relevante.
Uno de los grandes aciertos de la película es que no pretende ser un evento colosal ni el puntapié para una nueva saga multiversal. Es una historia contenida, con principio y final, que se permite respirar sin cargar con la mochila de “armar el futuro del MCU”. Esa decisión creativa permite centrarse en los personajes y en sus conflictos, en lugar de usarlos como simples engranajes para promocionar lo que vendrá. Por supuesto, hay conexiones y pistas hacia el futuro, pero están dosificadas y no distraen del eje central.
Visualmente, el film apuesta por una estética más cruda y terrenal. El diseño de producción, aunque sin grandes alardes, tiene identidad. La dirección es competente y no busca el lucimiento, sino la claridad. En un panorama donde muchas producciones de Marvel parecen hechas en piloto automático, con fondos digitales genéricos y escenografía reciclada, Thunderbolts se siente como una película más artesanal, más cuidada en sus detalles y decisiones.
En definitiva, Thunderbolts no es la salvación del MCU, pero sí es una bocanada de aire fresco. Es un recordatorio de que Marvel todavía puede hacer buenas películas cuando deja de lado la obsesión por lo grandilocuente y se enfoca en contar historias más humanas. Para quienes venimos siguiendo este universo desde sus inicios, esta entrega representa un pequeño, pero significativo paso hacia una posible reconstrucción. Y para quienes ya habían perdido el interés, quizás sea la oportunidad perfecta para volver a mirar.